Si buscáis el fundamento lógico de la intransigencia, basta recordar las leyes que regulan la oposición de los juicios como aplicaciones del principio de contradicción, para comprender que entre dos proposiciones, si una afirma un predicado esencial y otra le excluye del mismo sujeto, el que sostenga la afirmativa, que es la verdadera, tendrá que concluir la falsedad de su contraria. Y será imposible, a menos de asesinar la razón, que la acepte y transija con la segunda proposición, sin haber rechazado antes la primera.
Si queréis ver brillar con claridad el fundamento de la intransigencia, basta observarle en el orden psicológico y social, para notar que brota siempre del fondo de la naturaleza humana.
La fe y la intransigencia caminan siempre unidas por el mundo con un vínculo tan estrecho, que no puede romper sin que perezcan las dos. ¿Cuál es la razón interna de este hecho? Hay una ley psicológica de correspondencia entre las facultades cognoscitivas y las afectivas. El conocimiento precede a la volición, al querer ; pero la voluntad, una vez despertada, mueve el entendimiento en dirección al objeto que anhela, y el que ama aborrece todo lo que se opone a su fe y a su amor.
Pedirle que transija es pedirle que abdique, y eso sólo puede exigirlo una fe y un amor más grandes que los suyos. La tolerancia, que es el vacío que dejan al ser expulsados del alma, no tiene más que un derecho : el de cederles el sitio. De aquí que la libertad que se reconoce a los demás empieza siempre «en el límite en que acaba la certeza propia».
La creencia es la «premisa», la intransigencia es la «consecuencia». Hay que empezar por rechazar la premisa para atacar la conclusión ; pero, como esto sólo puede hacerse en nombre de otra certeza, aunque sea errónea, el combate contra la intransigencia en nombre de la tolerancia no será más que el choque de dos intolerancias: una clara y lógica, y la otra hipócrita e inconsecuente.
Esta es la razón de que todos los incrédulos pidan a los creyentes que transijan con ellos y que cedan en la integridad de sus convicciones, pero que ninguno empiece dando el ejemplo de transigir con la creencia ajena, abdicando de la incredulidad propia. Y la negación, que en sí misma es vacío, se irrita porque la afirmación no deja desierto el puesto.
Para atacar la intolerancia con éxito, hay que seguir uno de estos dos caminos : O someter las creencias a la voluntad de los que no las tienen, para que las limiten o las supriman, o hacer una reforma en la naturaleza humana partiéndola en dos mitades, quitando la relación entre el entendimiento y la voluntad, entre las creencias y las obras. Lo primero sería una esclavitud mental impuesta en nombre de la tolerancia, y lo segundo la negación de la unidad humana y la proclamación del caos.
Cuando se destaca un carácter sobre la línea uniforme del vulgo, se acentúa la intransigencia. Decir de un hombre que es «un carácter», equivale a afirmar que no cede un ápice en lo que resueltamente se propone. ¿Y qué es un hombre débil? Un hombre que transige. Los grados de debilidad se miden por los de su tolerancia. Si llega con sus transacciones a ceder la honra, su tolerancia suprema hará que sólo pueda ser tolerado en un presidio. Ningún hombre grande ha sido tolerante.
Los héroes son unos hombres intransigentes, que han firmado en su corazón una alianza indisoluble entre la existencia y un honor que es hijo de la virtud. Los santos son unos hombres tan enamorados de Dios y tan rudamente intolerantes con el pecado que de él aparta, que, si transigen con las afrentas y toleran las injurias, es porque, antes de recibirlas, ya las han ofrecido al objeto de sus amores y las transforman con el sacrificio quemándolas en las llamas de la voluntad.
La tolerancia es la virtud de los que no tienen ninguna. Se tolera el mal, pero no se tolera el bien. Por eso ser intolerante en sus creencias es creerlas buenas, y falsas las de los contrarios; y ser tolerante con las creencias extrañas es una de estas cosas : o creer que las propias son falsas y verdaderas las ajenas; o practicar lo contrario de lo que se cree, es decir, «ser un hipócrita». El eclecticismo es el resultado del interés sobrepuesto a los principios. Son sincretismos bastardos que arguyen flaqueza en el entendimiento y cobardía en la voluntad. La tolerancia elevada a principio es «la psicología de Pilato» convertida en ideal.
El entendimiento humano, en presencia de un objeto, «o afirma, o niega, o duda», y por eso la neutralidad doctrinal que la tolerancia supone, si no es un estado pasajero, es contraria a la naturaleza humana. Entre creyentes que tienen igual fe en cosas opuestas la neutralidad es imposible. Entre escépticos y creyentes también, porque entre el que afirma que no existe la verdad, y el que sostiene que existe, hay contradicción, y la neutralidad reconociendo opuestas beligerancias sería el absurdo.
El escéptico que no afirma porque duda, se pondrá siempre del lado del radical que niega contra el creyente que afirma, contra la duda del primero y la negación del segundo, y ya no será neutral. Luego es evidente que la absoluta tolerancia sería el absoluto idiotismo.
La materia única de la tolerancia son los intereses y las acciones humanas que se pueden omitir cuando ejercitan derechos renunciables; pero en este caso ya no se llama tolerancia, se llama generosidad o perdón.
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VÁZQUEZ DE MELLA