IV
EL SACAMUELAS SE DEFIENDE
– Vamos, replicó entre atomatado y confuso el doctor en cirugía menor; permítame Vd. que le diga que es Vd. un exagerado. Según Vd., todos los que no somos beatos somos unos bandidos, y nada más. Eso es insufrible….
– No he dicho tal, y protesto. Lo que digo es que no basta para salvarse, ni conseguir nuestro último fin, esa cacareada hombría de bien de que no hay tunante que no se gloríe…
– A ver, a ver… Supongo que no aludirá Vd. a mí…
– Ni a Vd., ni a nadie en particular. Es más, yo afirmo que por el solo hecho de que uno viva fuera de la religión cristiana no es un bribón ni un mal hombre. El carecer de religión procede muchas veces más bien de ignorancia que de malicia; frecuentemente los padres son más culpables que sus mismos hijos. Desde luego convengo con Vd. en que es preciso ser hombre de bien, y no dudo que Vd. lo será; convengo en que es preciso ser buen ciudadano, que es preciso ser buen padre de familia, buen marido, buen hijo, buen vecino, buen compañero; convengo en que todas esas circunstancias son necesarias, y en que el que carece de ellas no va por camino derecho. Pero creo también, amigo mío, que no son bastantes; que estos deberes no son los que constituyen la Religión, por más que ella mande su cumplimiento; creo que no sólo es necesario ser hombre de bien, sino que es indispensable ser cristiano.
– ¿Y por qué? , preguntó el sacamuelas.
– Muy sencillo: porque hay un Dios, que es nuestro Criador y nuestro Padre; un Dios Todopoderoso, que no nos ha arrojado al acaso sobre la tierra, sino que nos ha creado para conocerle, para servirle y amarle hasta merecer por ello el poseerle y ser dichosos con Él en la vida futura.
Porque después de este mundo que pasa, hay otro que no concluye, donde recompensará Dios a los que hayan sido fieles, y castigará con las terribles penas de un infierno eterno a los que desdeñaron su amor y su servicio y quebrantaron sus preceptos. Porque Jesucristo, Dios humanado, ha venido al mundo a enseñarnos cómo debemos vivir para alcanzar la eterna bienaventuranza; y estableciendo de una manera clara y precisa la regla de nuestras obligaciones, nos ha declarado que el que no escucha su palabra y cumple sus preceptos, será rechazado por su eterno Padre.
Porque, en fin, este divino Maestro ha enviado a los hombres a los Pastores de su Iglesia: el Papa, sucesor de San Pedro y los Obispos católicos, sucesores de los Apóstoles, declarando que los asistiría continuamente con su Espíritu Santo en la enseñanza de aquellos y en la administración de la única Religión verdadera; que el escucharlos a ellos es escuchar al mismo Jesús, Hijo de Dios, y que el desobedecerlos es desobedecerle a Él mismo. Así pues, para estar dentro de la Religión del único Dios verdadero, para cumplir nuestro destino en este mundo, para vivir en el orden, en la verdad y en el bien, es absolutamente necesario creer y practicar el Cristianismo tal como lo enseñan a los pueblos el Papa y los Obispos de la Iglesia Católica.
Vea Vd. ahora por qué no basta el ser hombre de bien, aunque nadie pueda excusarse de serlo. Vea Vd. por qué la religión de «un hombre de bien» es una palabra vana, un contrasentido inventado por aquellos que quieren paliar a los ojos del mundo, y tal vez a los suyos propios, los desórdenes, los vicios y las debilidades de que la práctica de la Religión católica es el único remedio; y vea Vd., por consecuencia de todo, que la verdadera «hombría de bien» consiste en el cumplimiento exacto de los deberes que la misma Religión católica nos impone.
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APOSTOLADO DE LA PRENSA.
1893