«PENSAMIENTOS» SOBRE EL HOMBRE
(De Legibus, lib. I, cap. VII. Tuscul, lib. I , cap. XXII Ad Q. Fratrem, lib. III, cap. VI)
Este animal próvido, sagaz, de diversos caracteres, agudo, memorioso, lleno de juicio y prudencia, que llamamos «Hombre», ha sido criado por el supremo Dios con una admirable disposición. Él es, pues, el único entre tantas castas y especies de animales, dotado de razón y de ideas, de que carecen todos los demás seres.
Su propiedad más importante es ver con los ojos del alma al alma misma. Y esta es sin duda la fuerza que encierra el oráculo de Apolo, que manda que cada uno se conozca a sí propio. No creo que en esto mande que reconozcamos nuestros miembros, estatura o figura. Pues nosotros no somos cuerpos, ni cuando yo te digo estas palabras, las digo a tu cuerpo. Y así, cuando dice: » conócete, dice, conoce tu alma». Porque el cuerpo es como el vaso o receptáculo del alma. Lo que ejecuta tu alma, lo ejecutas tú. Si no fuera, pues, una cosa divina el conocer esta alma, no sería un precepto de un entendimiento tan penetrante, que se atribuyese a Dios. Aquel «conócete» no juzgues que se ha dicho solamente para abatir nuestro orgullo, sino también para que reconozcamos los bienes que poseemos.
El que se conociere a sí mismo, advertirá primeramente que tiene algo de divino, y juzgará su naturaleza como una imagen consagrada a la divinidad, y obrará y pensará siempre cosas dignas de tan grande don de los dioses ; y mirándose cuidadosamente a sí propio, y examinándose con perfección, conocerá cuán adornado por la naturaleza ha venido al mundo, y cuantos medios tiene para poseer y conseguir la sabiduría, pues que lo primero de todo tiene en su imaginación y entendimiento, como sombreadas, unas nociones de todas las cosas ; e iluminado por ellas, y guiados por la sabiduría, ve que será hombre de bien, y por lo tanto feliz.
Pues cuando el entendimiento, conocidas y vistas las virtudes, se ha retraído de la condescendencia y complacencia de su cuerpo, y ha reprimido sus deseos como una mancha vergonzosa, y ha desechado todo temor del dolor y de la muerte, y se ha unido amistosamente con los suyos, y ha tomado empeño en dar culto a los dioses, y mantener pura la religión, y aguzar la penetración de su entendimiento como la de su vista para amar el bien, y desechar el mal, ¿qué cosa más feliz se puede decir o pensar? ¿Cómo despreciará, cómo desechará, cómo juzgará por nada todo lo que comúnmente se tiene por magnífico? Y todos estos conocimientos los cercará como con un vallado con el arte de discurrir, (la lógica), con la ciencia de distinguir lo verdadero de lo falso y con un cierto arte de entender lo que es consiguiente a una cosa, y lo que es contrario. Y conociendo que ha nacido para la sociedad civil, desplegará las velas de la elocuencia para gobernar a los pueblos, establecer leyes, perseguir a los perversos, defender a los hombres de bien, elogiar a los sujetos ilustres, exhortarlos a la virtud, apartarlos del vicio, consolar a los afligidos e inmortalizar en sus escritos las acciones y sentencias de los hombres sabios y esforzados, con ignominia de los viciosos.
No se puede hallar en la tierra el origen de las almas, porque nada hay en ellas mixto o compuesto, o que parezca haber nacido, o ser formado de la tierra, o del agua, o del aire, o del fuego. Pues en estos seres ninguno hay que tenga las facultades de la memoria, entendimiento y discurso que retenga lo pasado, prevea lo futuro y pueda comprehender lo presente, las cuales perfecciones son solamente divinas. Ni se encontrará jamás otro principio de donde le haya podido venir al hombre, sino de Dios. Y así, sea lo que fuere aquel ser que tiene sentido, entendimiento y voluntad, y vitalidad, es celestial y divino, y por lo mismo es necesariamente eterno.
La sangre, la bilis, los huesos, nervios, venas, y finalmente toda la configuración de los miembros, y de todo el cuerpo, me parece que puedo decir de donde se han compuesto, y cómo se han formado. Por medio del alma misma, juzgaría que la vida del hombre se sustenta tan naturalmente como la de la vid y la del árbol, pues estos seres decimos también que viven. Igualmente, si ninguna otra cosa tuviera el alma del hombre que el apetecer lo que le conviene, o rehusar lo que no le conviene, esta propiedad le sería común con las bestias. Pero en primer lugar tiene memoria, y ésta sin límites, y de innumerables cosas. ¿Y qué cosa es aquella otra facultad, que inquiere lo oculto, a la que llamamos invención y discurso? ¿Te parece que está formada de esta naturaleza terrena, mortal y caduca? ¿Quién fue el primero que dio nombre a las cosas, o el que reunió a los hombres esparcidos y los formó en sociedad? , ¿o el que redujo a pocos caracteres de letras los sonidos de la voz humana, que parecían infinitos? , ¿o el que observó el curso de los planetas, sus progresiónes y detenciones?
Todos fueron hombres grandes, aún los anteriores que inventaron mantenerse de los frutos, vestirse, hacer habitaciones, mirar por su vida y defenderse contra las fieras. Los sentidos, intérpretes y mensajeros de las cosas, han sido maravillosamente hechos y colocados en la cabeza, como en un alcázar, para todos los usos necesarios. Todos los sentidos del hombre exceden en mucho a los de las bestias. El hombre tiene el dominio absoluto de los bienes de la tierra. Nosotros disfrutamos de los campos, de los montes ; nuestros son los ríos, nuestros los lagos ; nosotros sembramos los frutos, y plantamos árboles, y fertilizamos los campos introduciéndoles aguas, nosotros detenemos los ríos, los dirigimos, los alejamos ; por último, con nuestras manos trabajamos para hacer en la naturaleza, por decirlo así, otra distinta naturaleza.
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