ERNEST HELLO

El 6 de enero de 1920, Juan Vázquez de Mella escribía en «El Pensamiento Español» sobre el Filósofo francés y su obra Fisonomías de los Santos escrita en 1875:

«ERNEST HELLO Y LAS FISONOMÍAS DE LOS SANTOS»

 Ernesto Hello era un admirable escritor en quien se juntaban intuiciones de vidente, agudeza y penetración de crítico, síntesis geniales, erudición vasta y cernida por un espíritu elevado que no repetía lo leído porque lo había hecho sustancia suya, y sobre todo, un sentido tan profundamente cristiano, que de muchas de sus páginas salen aromas ascéticos que elevan la voluntad y la ayudan a ser buena.

«El Hombre» es un libro suyo de honrada y elevada psicología social ; pero las «Fisonomías de los Santos», si no le supera en las riquezas de las ideas, se destaca entre las producciones contemporáneas de índole semejante por una visión privilegiada de las almas escogidas, contempladas a la luz celeste de un rayo de la gracia y por una sencillez y ternura efusivas, y una anotación tan clara de los contrastes que sorprenden su corazón y su mente, que es difícil que haya otra que atraiga más hacia la santidad, como no sean las de los santos mismos.

 Las «Fisonomías de los Santos» son como semblanzas místicas, y con frecuencia, artísticas e históricas, donde el autor, en dos rasgos, traza un carácter que, por la belleza sobrenatural que le ilumina, es una apología viva de la Iglesia, porque sólo en ella resplandecen esos astros.

 Ya en el prólogo advierte Ernesto Hello, con una observación perspicaz, el contraste que ofrece, hoy más que nunca, un mundo en guerra con la Iglesia en paz; una vida inquieta, desasosegada, tumultuosa, donde la impresión última borra las anteriores, y una sociedad inalterable, con una calma divina que parece poner de resalto la eternidad, que permanece como un «presente perenne», con el tiempo que corre y fluye en ondas que se empujan unas a otras, pero bajo leyes que no mudan y que miden sus mudanzas.

 El mundo todo lo olvida ; la Iglesia, como vive de lo que no pasa, no olvida nada. Véase cómo lo expresa con estas hermosas palabras Hello :

 «Uno de los caracteres de la Iglesia católica es su calma invencible. Esta calma no es frialdad; la Iglesia ama a los hombres, pero no se deja seducir por sus flaquezas. Entre el fragor de la tempestad o de los cañones, la Iglesia celebra la invencible gloria de los pacíficos, y la celebra cantando. Las montañas del mundo pueden un día precipitarse unas sobre otras y caer deshechas; si tal día es la fiesta de una humilde pastorcilla santa, la Iglesia celebrará a la humilde pastorcilla con la invariable calma que ha recibido de la Eternidad»

 Sea cualquiera el ruido que a su alrededor muevan los pueblos o los reyes, la Iglesia no olvidará ni a uno solo de sus pobres, ni a uno solo de sus mendigos, ni a uno sólo de sus mártires; nada le hacen ni los siglos ni los truenos. Cuanto más fuerte ruge la tempestad, la Iglesia, remontando el curso de los siglos, celebrará la gloria inmortal de alguna jovencita desconocida durante su vida y muerta mil años hace.

 En vano tiembla el mundo entero : la Iglesia cuenta sus días por sus fiestas, y no olvida a uno solo de sus ancianos, ni a uno solo de sus niños, ni a una sola de sus vírgenes, ni a uno solo de sus solitarios. La maldecís, y ella canta; nada adormecerá, nada espantará su invencible memoria».

 Si hubiese tiempo a mirar detenidamente ese contraste y a penetrar entre sus extremos con la pobre linterna de nuestra mente, pero que pobre y todo alumbra subterráneos cuando no desdeña las claridades de la fe que aumenta su luz, ¿no es verdad que se encontraría una apología de la Iglesia que ya se adivina al señalar su arquitectura y la de las sociedades puramente humanas, y el espíritu que les da vida?

 La paz de los hombres de buena voluntad y la guerra de los de voluntad mala obedecen a dos leyes contrarias cuando la discordia no reniega de la suya, que es negación, y rinde vasallaje a la que es soberana, ofreciéndole la mirra del arrepentimiento.

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SIMEÓN Y ANA LA PROFETISA 2 de febrero. "Fisonomías de los Santos" (1875)

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