«SOBRE LA AMISTAD»
CICERÓN
«No sé si después de la sabiduría han dado los dioses inmortales a los hombres cosa más grande que la amistad. Unos prefieren los riquezas, otros la salud, otros el poder, otros los honores. Mas los que colocan el sumo bien en la virtud, obran a la verdad con mucha razón; pero esa misma virtud produce la amistad y la sostiene, pues sin virtud de ningún modo puede haber amistad.
Vives, pues, entre hombres; su amistad trae consigo tantas conveniencias cuantas apenas puedo decir. ¿Para quién puede ser vida que merezca nombre de tal, como dice Enio, aquella en que el hombre no pueda descansar en la mutua benevolencia de su amigo? ¿Qué cosa más dulce como el que tengas con quien atreverte a hablar de todo, como contigo mismo? ¿Cómo habías de percibir tan colmado fruto de tus prosperidades si no tuvieses quien se regocijase de ellas igual que tú mismo? Te sería muy difícil de sufrir las adversas sin alguien que las sintiese aun más que tú mismo.
Las demás cosas que se apetecen, son oportunas cada una para su fin: las riquezas, para aprovecharse de ellas; el poder, para ser respetado; los honores, para ser alabado , los deleites, para gozar de ellos; la salud, para no padecer dolor. La amistad se extiende a muchísimas cosas; a cualquier parte que te vuelvas, la hallas ; de ninguna parte se la excluye. Y así, no hacemos menos uso de la amistad que del agua y del fuego, como suele decirse. Y no hablo ahora de una amistad vulgar o mediana, sino de la verdadera y perfecta, como la de aquellos que se cuentan en corto número. Pues la amistad hace muy brillantes las prosperidades, y las adversidades las hace más llevaderas, dividiéndolas y comunicándolas. Y abrazando la amistad muchísimas y grandes utilidades, la primera de todas es que no permite que se debilite o decaiga nuestro corazón.
El que pone los ojos en un amigo, ve una como copia de sí mismo. Y así, estando ausentes, no lo están; hallándose necesitados, están en abundancia; hallándose débiles, no les faltan fuerzas; y lo que es más difícil de asegurar : aun después de muertos viven, por lo que parece dichosa la muerte de los unos, y digna alabanza la vida de los otros.
Las verdaderas amistades son eternas. ¡Oh que brillante sabiduría! Los que quitan de la vida la amistad, que es el don mejor y más agradable que nos han concedido los dioses inmortales, parece que quitan el sol del universo. Todos conocen que vivir sin amigos no es vivir. Se introduce la amistad en todas las edades, y no permite que haya edad alguna en que ella no tenga parte. Si fuese posible que una deidad nos sacase de esta sociedad de los hombres, y nos colocase en una soledad donde nos suministrase abundancia de todas aquellas cosas que desea la naturaleza, y nos privase del todo de poder ver a un hombre, ¿quién sería de costumbres tan toscas que pudiese sufrir aquella vida, y que su soledad no le quitase el gusto de todos sus placeres?
Debe desconfiarse del bien de aquel cuyos oídos están cerrados a la verdad, de tal manera, que no pueda oírla del amigo. Pues es máxima de Catón: «Que algunos deben estar mucho más reconocidos a los enemigos irreconciliables que a los amigos que parecen halagüeños, pues aquellos siempre dicen la verdad, y éstos jamás». Y también es un absurdo que los que son amonestados, no tomen el sentimiento que debieran tomar, y tomen el que no debieran, pues no se acongojan por haber faltado, y llevan a mal el ser reprendidos, cuando debería ser al contrario, que debieran sentir la falta y alegrase de la corrección.
Así como es propio de la verdadera amistad el amonestar, y ser amonestados; amonestar con libertad y sin aspereza, y admitir la amonestación con resignación y sin repugnancia, así se debe tener entendido que no hay cosa más perniciosa en la amistad que la adulación, la lisonja y la condescendencia. Pues a cualquier aspecto que se mire, este vicio de hombres vanos y falaces, que en todo hablan al gusto y en nada a la verdad, es por muchos motivos aborrecible. Y siendo vicioso todo disfraz, porque quita el discernimiento y adultera la verdad, es repugnante a la amistad, porque destruye del todo la verdad, sin la cual no puede subsistir el nombre de amistad.
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