¿Y la virtud y la perfección moral? !Ah! , en esta sociedad ya no hay aquellos tres respetos de que hablaba Le Play : El respeto a Dios, el respeto al padre y el respeto a la mujer ; en esta sociedad, quebrantada y deshecha, como se han roto los grandes vínculos sociales, falta en gran parte el ambiente moral, y no será, ciertamente por falta de sistemas de moral.
El ejemplo es una escuela de moral irreemplazable. Muchas veces la obra del sacerdote, la obra del predicador, no llega a producir el efecto vivo que uno de esos grandes hombres, o de esos hombres caballeros, produce con su ejemplo, con una acción, que es difícil de comprender y difícil de explicar en los ánimos hasta de sus propios adversarios.
Y es que nadie muere en el orden moral «ab intestato» ; todos dejamos un testamento con nuestra conducta buena o mala ; y el hombre que es execrado por sus condiciones perversas, encuentra el contraste en aquel otro al cual se rinde vasallaje, y se le demuestra con alabanzas el efecto que su ejemplo produce en los espíritus.
Hace dos años viajaba yo por las rías de Galicia, y aquellas campiñas maravillosas, aquellas llanuras que parecen espejo adecuado de los cielos, estaban como cubiertas con un crespón de tristeza ; la gripe producía una desolación en todas las villas y ciudades ; había algunos pueblos cuya situación era tal que se necesitaría la pluma de Tucídides para describir aquella peste, más terrible que la de Atenas.
Un día, en una de esas ciudades de provincias, en Pontevedra, noté, al salir a la calle, un rumor extraño, comercios que se cerraban, corrillos que se formaban de gentes dando muestras de gran pesar, mientras se advertía un sello de tristeza en todos los semblantes como si una catástrofe se hubiese desencadenado sobre la ciudad romántica y tranquila. Pregunté cuál era el motivo de aquellas angustias, y me dijeron que era la muerte de un joven doctor. No le conocía ; después supe que, sin conocernos, éramos amigos, porque, como sentíamos de igual manera, se habían tratado nuestros pensamientos.
Era un joven médico en cuya alma brillaban estas dos majestades : la de la ciencia y la de la virtud. Era muy grande la primera, pero todavía era mayor la segunda. Había contraído matrimonio algunos meses antes ; era admirado y querido por todos, porque se prodigaba de tal manera, que el dinero que buenamente le daban los ricos servía para que, al asistir a los pobres, lo dejase como donativo ; porque aquel hombre, al visitar a los enfermos necesitados o que tuviesen una condición mediana, no que fuesen simplemente proletarios, nunca, jamás, dejaba de proporcionarles recursos.
En un asilo oí decir que ya no se le llamaba, porque cada visita suya, en vez de cobrarla, iba acompañada de una limosna espléndida. No era grande su posición, porque ganaba para repartirlo ; pero pagaba sin cesar la ciencia, que en él era parte de la caridad. Su muerte, abrazado al crucifijo, fue el tránsito de un santo. Asistí entonces al entierro, y presencié el espectáculo más hermoso que he visto en mi vida : un pueblo llorando. No se oía más que el murmullo y el quejido constante que producía la mezcla de las oraciones, y de las alabanzas, y de los sollozos, que eran también oraciones.
Y yo decía : He aquí la majestad y la grandeza de un ejemplo moral. La ciencia, con ser tan grande, había enmudecido ; pero la virtud, después de muerto el doctor, seguía hablando.
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