Consejos que da a su único hijo y heredero, poco antes de su muerte, Don Martín Cañizares, noble de antiguo abolengo, tal y como Selgas lo presenta y describe en su novela póstuma «Nona», publicada un año después de su muerte, en 1883:
«Tras la muerte de su esposa, un día llamó a su hijo, y poniéndole las manos sobre los hombros, lo miró fijamente, diciéndole:
– Martín, no olvides nunca que eres Cañizares. Este nombre que honradamente recibí de mis padres y honradamente te confío, te obliga a ser mejor que los demás hombres. Eres noble por los cuatro costados; pero ten siempre presente que los pobres son tus hermanos. El que tiene hambre tiene tanto derecho como tú al pan que te comes. Esa es la ley que Dios nos ha impuesto. No adules al poderoso, porque te envileces; no ultrajes al desvalido, porque te infamas.
Los que labran tus tierras, y vendimian tus viñas, y trillan tus mieses, son, como tú, hijos del que todo lo ha creado; no los oprimas, no los estreches, no los angusties, porque sus brazos son tu sustento. Los despilfarros arruinan, pero la avaricia será siempre odiosa. Eres fuerte, te sobran puños y no te falta corazón; ayuda al que trabaja y ampara al menesteroso.
La ley divina nos obliga más que las leyes humanas; primero Dios, y luego el Rey, porque antes has sido hombre que súbdito. Respeta para ser respetado. No imites jamás el ejemplo de esa nobleza (ricos) opulenta que se degrada en las disipaciones de las grandes ciudades; es árbol seco que ya no da sombra; es la plebe de la antigua nobleza.
Si deshonras mi nombre, te maldeciré, sea donde quiera donde me encuentre, y tu madre no será bastante a taparme la boca. Cañizares siempre, nunca palaciego. Dicho esto abrazó a su hijo y le volvió la espalda, limpiándose los ojos con el revés de la mano.
La muerte, que se había llevado a Juana, su mujer, vino al fin por Cañizares, y ella, que los había separado, los unió de nuevo en el cementerio bajo la humilde bóveda de una misma sepultura.»