¡QUÉ HIJO! – Remigio Vilariño Ugarte, S.J.

El hijo pródigo recibe su herencia 2 - Murillo

¡QUÉ HIJO! tomado del libro «Regalo de Boda» por el P. Remigio Vilariño Ugarte, S.J.

 

El hijo es el elemento nuevo, el brote fresco de la familia, el que constituye el fin de la familia, la razón de ser de esta institución divina, el fruto de este árbol de la humanidad, aquel por quien Dios inspiró a un hombre y a una mujer el amor por el cual se hicieron padres, aquel por quien Dios sustrajo a la familia de toda otra intervención, aquel por quien infunde amor paterno al hombre más frío, y abnegación y constancia materna a la mujer más débil.

La familia es por el hijo y para el hijo. Para que el hijo sea lo que ha de ser, para que aquella masita informe y rosada que viene al  mundo con una chispita espiritual metida en un montoncito de carne láctea abra los ojos y los oídos al mundo exterior, y se ilumine poco a poco con las irradiaciones cada vez más espléndidas de esa chispita divina que encierra, y logre abrirse paso al recto conocimiento de la verdad, y emprender la marcha al destino último por el camino seguro de la bondad y del deber.

Si no fuera por el hijo, la institución divina de la familia carecería de razón de ser. Y por eso, los que quieren familia y no quieren hijos, son una abominación absurda y monstruosa contra la naturaleza. ¡Oh que gran cosa! , ¡qué santa cosa es el hijo!

Y el hijo de la Sagrada Familia es el gran modelo de los hijos. Y sin duda porque es enormemente importante que haya buenos hijos, por eso quiso Él ser hijo, y quiso serlo durante todo el tiempo posible, dando en una sencillísima historia altísimo ejemplo de lo que deben ser los hijos en una familia buena.

Ved qué conducta observó Jesús para enseñar a los hijos lo que deben observar en la familia.

Primeramente la «sujeción a los padres».  En una frase lacónica nos lo dice la Escritura: «Erat subditus illis». «Estaba sujeto a ellos».  Y, cierto, a aquel hijo no le hacía falta esta sujeción para nada, pues era capaz de proceder sin educarse el que ya desde el principio lo sabía todo. Mas era necesario dar ejemplo de vida en la familia, y estuvo sujeto a sus padres, no sólo hasta tener uso de razón, sino después en toda la juventud, ni sólo en la juventud, sino en la adolescencia; ni sólo en la adolescencia, sino aun en su mayor edad, ni sólo cuando tuvo padre, sino cuando no le tuvo, cuando quedó con sola su madre, viuda.

¡Qué diferencia de los hijos de ahora!  ¿Acaso hay hijos?  Hay polluelos que viven junto a sus padres en el nido, mientras no pueden volar. Mas apenas pueden volar, ya el hijo desaparece, para dar lugar a ese pimpollo de hombre precoz y prematuro, a ese petulante joven que, apenas puede batir un poco sus alas, se desliga, se despega de su familia todo cuanto puede.

Apenas llega a los dieciséis años, ya no gusta de vivir entre su padre y su madre, de pasar una vida recogida entre sus hermanos y hermanas, de vivir en casa.  Se cansa del cariño de la madre, se molesta de la presencia del padre, se hastía de los encantos y de la paz de la vida doméstica, se entristece de recogerse en su casa….  Si pudiera, como el hijo pródigo, pedir la parte de hacienda que le toca, la pediría.  Busca el teatro, la diversión, el baile, tal vez, si tiene dinero, el juego, el placer vedado, el camino secreto…  ¡Pobres muchachos!…. ¡muchachos, que no hijos!

¡Ya no hay niños! , decía llorando Selgas. Pero es más para llorar tener que decir que ¡ya no hay hijos!…  Cuando más hijas, y ¡gracias! , porque también éstas vuelan lejos del nido materno cuanto  pueden…

Oh padres, si tenéis hijos que a los dieciséis, dieciocho, veinte años, amen de veras vuestra compañía,  y ni den sacudidas a vuestras riendas, ni den el grito de rebelión, ni presenten el ceño de la independencia, ni muestren su egoísmo e ingratitud; si tenéis hijos que a esas edades sientan al unísono con sus padres y hermanos y hermanas, y amen de veras el hogar…. dad gracias a Dios. Es que ese hijo tiene algo de Jesucristo, mucho de Jesús en su corazón.

¿Qué más hacía el hijo en la Sagrada Familia?

«Trabajaba», que es lo que hoy rehúyen los hijos en la familia. Dichosa la que tenga un hijo que trabaje, que estudie, que cumpla su obligación y deber con diligencia, con actividad.  Poco importa qué género de trabajo tenga el hijo. El que le imponga el deber. Jesucristo tomó el ínfimo, el humilde, el trabajoso, para que todos le imiten en cualquiera, del suyo para arriba.

Y finalmente se «perfeccionaba». Para eso es la familia. No es el hombre un animal que a los pocos meses o días de nacido, en cuanto le cubre el pelo, o le adorne la pluma, puede ya independizarse de sus padres. El hombre tiene un espíritu y aún un cuerpo cuya formación completa requiere continuos cuidados, ajenos y propios, durante veinte y más años. Y en ello crece y se robustece en cuerpo, crece y se robustece en voluntad.

Y esta educación, del cuerpo para sostener y arrostrar bien la vida, de las ideas para ver recta y exactamente, de las costumbres para querer bien, se hace por continuos crecimientos en que los padres influyen mucho, sin duda, pero en que queda siempre al resguardo la voluntad y querer del hijo, su esfuerzo propio, su libertad.

Jesús, como para darnos a entender cómo los hijos deben responder a la educación de los padres, fue desplegando también a medida de su robustez, su sabiduría, su gracia y virtud, en cosas divinas y en cosas humanas. Así nos lo dice el Evangelio: «Crecía en robustez, en sabiduría y en gracia ante Dios y ante los hombres», que es todo un programa de educación.

Porque no es posible ninguna educación si sólo trabajan los padres, y no coopera el hijo mismo, por medio de su autoeducación.  Por eso, para que la familia humana sea reflejo de la Familia Sagrada, es necesario que los hijos también reflejen a Jesús en su conducta.  ¡Ojalá que el atolondramiento de unas imaginaciones vivas que seducen a las mentes, aun ignorantes, y de unas pasiones fogosas que descaminan a las voluntades, aún débiles en la juventud, no arrastren a los hijos a los tortuosos senderos y encrucijadas de la vida primera, sembrada de tantas flores tan hermosas como venenosas!

¡Pero desgraciadamente, fuera de los primeros años, no hay hijos!  Y precisamente los hijos dejan de serlo cuando más falta les hacía ser hijos, cuando más se podrían dar razón de sus provechos, y cuando, comenzando la edad de las iniciativas y de los ideales, más les haría falta la mano experta que impidiese que la fuerza se tornase en rebeldía, la pasión en vicio, la libertad en libertinaje.

Dios nos conceda familias que no duren lo que dura un nido de golondrinas, o una cueva de animales; familias donde los hijos no se escapen antes de tiempo, sino que, como el modelo de los hijos de la Sagrada Familia, perseveren en la casa paterna hasta llegar a la completa madurez.

Y si después de consideradas las personas, examinamos la vida, ¡cuántas y qué virtudes hallamos que deberían imitar las familias cristianas! Sin duda se debe creer que la Sagrada Familia fue, ante todo, y sobre todo, y en todo, sumamente religiosa, esencialmente religiosa. Tampoco cabe duda que Jesucristo quiso que la familia fuese completamente religiosa.

Ojalá que los que os preparáis al acto más importante de la vida humana, a la constitución de una familia, reflexionaseis bien el paso que dais, y pensaseis en preparar el espíritu religiosamente, tanto, por lo menos, como en preparar el vestido blanco, el ramo de azahar y el regalo de boda. Ojalá que todos los que vais a Caná, convidaseis a la madre de Jesús y a Jesús a vuestra boda.  No os faltaría el vino del amor abundante y cada vez más precioso, al revés del vino del mundo.

Un comentario Agrega el tuyo

  1. bloggdelibros dice:

    Remigio

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