MUERTE DE ITURBIDE

  Sin darse a conocer, es cierto, pero tampoco sin disfrazarse, Iturbide desembarcó en Soto la Marina el 16 de julio de 1824. Reconocido, no por casualidad, sino porque Beneski ya lo había dicho a Garza, Iturbide fue hecho prisionero con ese su compañero de viaje, mientras ambos dormían bajo un árbol en el camino hacia Tamaulipas.

  Cayó en manos de un antiguo enemigo, de Felipe de la Garza, cuya relación, hecha al gusto de éste, es la que se ha tomado como fuente de la información. Entre otros pormenores de lo acaecido en la traslación de Iturbide a Padilla, no dejaremos de notar lo que con estas textuales palabras nos dice el mismo enemigo Garza:

Le pregunté a Iturbide qué datos tenía de la invasión europea contra la América. Dijo que a bordo los tenían sus papeles con que podía probar que eran públicos los alistamientos y armadas navales de Francia y España; que la protección inglesa era nula y que no podía creerse que el gobierno aquella nación protegiese nuestros progresos en la industria y en las artes con menoscabo de las suyas”.

  El Congreso de Tamaulipas, despreciable por su número y calidad, y más que todo porque realmente estaba a las órdenes de Garza, cacique de aquellas regiones; reunido en la posada de éste y bajo su presidencia, condenó a muerte al Libertador de México, usurpando funciones que no le pertenecían y sin atender a lo más rudimentario de las leyes. “Iturbide (continúa el mismo Garza, después de referirnos  cómo su congreso de Tamaulipas lo sentenció a muerte) había ocurrido al Congreso pidiendo que se le oyese y la honorable asamblea decretó que pasase a mí la instancia para que, conforme a las facultades que se me habían concedido, diese, o no, la audiencia que se pedía. Yo estaba impuesto de cuando Iturbide le quería decir, y no me pareció conveniente aventurar el paso por más tiempo.»

  Ocurrió por segunda vez a la misma autoridad de palabra por conducto del capellán auxiliar, presidente de la misma asamblea, presbítero don José Antonio Gutiérrez de Lara y contestándole el mismo Garza lo mismo. La palabra “aventurar el paso” en la mentalidad de Garza y del Congreso tamaulipeco, son clara indicación de que no querían que la sentencia pasase al congreso general de la nación, donde tal vez se hubiesen aterrorizado de su propio decreto, si es que ya no anulado tan monstruosa resolución.

No se dio el tiempo que en derecho natural y en todos los derechos positivos tiene un reo o condenado a muerte para apelar a los tribunales supremos. No se quiso dar lugar a “aventurar el paso” o sea, a que se interpusiesen algunas influencias. Todo fue acelerar y festinar el asunto, cubriéndolo al mismo tiempo con la más detestable hipocresía por parte de Garza. Pidió Iturbide, cuando vio ya que su muerte no tenía remedio, hablar con su confesor. Hasta este sagrado consuelo fuele negado y hubo de confesarse con uno de aquellos sacerdotes destinados que integraban el tribunal mismo que le había condenado a muerte. Se necesita fe profunda para hacer acto tan heroico. Llegada la hora, formó en la plaza la tropa cerca del lugar del suplicio, y al sacarle la guardia, Iturbide dijo: “A ver muchachos, daré al mundo la última vista”. Volteó a todos lados; preguntó a dónde era el suplicio; y satisfecho, él mismo se vendó los ojos, pidió un vaso de agua, que probó solamente, y al atarle los brazos dijo que esto no era necesario. Pero instado por el ayudante se prestó luego, diciendo: “Bien, bien”. Su marcha, de más de ochenta pasos y su voz, fueron con la mayor entereza. Llegado el suplicio, se dirigió al pueblo, comenzando:

“Mexicanos, sed obedientes a vuestras leyes, resistid al ataque de las potencias europeas contra el cual yo venía a defenderos como simple soldado”.

Concluyó asegurando que no era un traidor a la Patria, pidiendo que no recayese en su familia esta falsa nota. Besó el santo crucifijo y murió al rumor de la descarga.

Sus funerales fueron al día siguiente; celebrando la misa uno de los mismos miembros del Congreso, el cual con la psicología de aquella época no quiso dar su voto la víspera, “para no quedar irregular”.

Fue enterrado Iturbide en la iglesia vieja, que estaba entonces deshecha. Ahí quedaron sus restos hasta que el año de 1838, don Anastasio Bustamante hizo que fuesen traslados a la capital de la República, donde descansan en la capilla de san Felipe de Jesús en la catedral de México.

La viuda de Iturbide que estaba próxima a dar a luz, pasó a vivir algunos días en el puerto, para lo que tuvo que ayudarle; pecuniariamente el mismo Garza, de lo que éste hace alarde. Posteriormente fue remitida por el gobierno a Colombia, para donde sus enfermedades y posibilidades no le permitieron ir. Desembarcó por fin en Nueva Orleans, y de ahí pasó a Georgetown, cerca de Washington, donde vivió y radicó.

ana-maria-huarteAna María Huarte y Muñiz de Iturbide (Valladolid, Michoacán 1786- Filadelfia, 1861)

No dejaremos de decir; para ejemplar de las señoras cristianas, un episodio que tuvo lugar en aquella ciudad. Allá fue a parar, pocos años después, el general don Antonio de Echavarri, el mismo que traicionó al imperial consorte de esta honorable viuda y vino a ser una de las principales causas de su caída y de las desgracias todas de la familia. Éste Echavarri, expulsado de México fue a dar a Filadelfia. En la miseria fue ayudado por su misma victima la señora viuda de Iturbide, y en su última enfermedad y postreros momentos, Echavarri la tuvo a su lado como único consuelo, procurándole ella los auxilios de nuestra santa religión.

La señora vino a morir en Filadelfia, en cuyo cementerio se encuentran sus restos. Su retrato y otras prendas del Emperador, están en uno de los principales muesos de dicha ciudad.

Tomado de:

Historia de la nación Mexicana Mariano Cuevas, S.I, 1940. Pag. 508 y 509

 

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