CARTA AL REY LUIS XIII DE FRANCIA/ QUEVEDO

CARTA AL REY LUIS XIII DE FRANCIA.

 «En razón de las nefandas acciones y sacrilegios execrables que cometió contra el derecho divino y humano en la villa de Tillimon, en Frandes, Mos de Xatillon, hugonote, con el ejército de franceses herejes».

(Madrid, 12 de Julio de 1635)

Todas las veces que afeo acciones de franceses, hablo con los que son herejes, sin mezclarme con los juicios que generalmente hacen de aquella nación Floro, Polibio, Julio César y Cicerón. En esto obedecí a la obligación de católico. Respondo como supe a las acusaciones que se han impuesto a mi patria; los doctos lo harán como se debe y puede.

 Cuando digo que «comulgaron los caballos», se entiende en la forma que de ellos se puede decir, siguiendo las dos comuniones que diferencia la escuela, una sacramental, otra espiritual.

  Hanme obligado a esta advertencia conciencias ajenas que, como dice el Apóstol, pueden juzgar la propia. Y pongo, conociendo mi ignorancia, todo lo que en este papel escribo debajo de la corrección y censura de la santa Iglesia Romana, retractando de inmediato mi propio sentir.

 Syre: Dios nuestro Señor, que es el único Rey de los reyes y Señor de los señores, manda en el Eclesiastés el respeto con que la lengua y la imaginación deben tratar las acciones de los reyes. Yo hablaré con vuestra majestad con tal respeto, que por ninguna palabra sea culpado de inobediencia.

 No me dio ocasión de embarazar vuestra atención con estos renglones el haber tolerado contra la casa de Austria ejército formidable de herejes, asistido del ímpetu del rey de Suecia; ni el haber dado a vuestras tropas en Italia, «el derecho a la maldad», como dice Lucano, con que ocuparon plazas, ni fatigaron aquellos estados con armas violentas; ni haber quitado sus tierras al duque de Lorena, no tanto porque pudisteis, como porque se fió de vos.

 Ni la rota que con vuestras armas dio Mos de Xatillon, vuestro general, a las tropas del rey, mi señor, que conducía Tomás, príncipe de Saboya, donde su victoria fue triunfo para los Tercios, uno de españoles y otro de italianos, que desamparados de su caballería y de las naciones, fueron vencidos por el excesivo número, no del valor de los vuestros. 

  Nada de esto hirió mi ánimo y arrebató mi pluma. Se apoderó de mi espíritu el saco de Mos de Xatillon, vuestro general, en Tillimon; estando parlamentando con la villa, saqueó el lugar, degolló a la gente, forzó a las vírgenes y a las monjas consagradas a Dios, quemó los templos y conventos y muchas religiosas ; rompió las imágenes, profanó los vasos sacrosantos, y por último, ¡oh señor! , ¿lo diré? , dio las hostias consagradas a sus  caballos, el Santísimo Sacramento, bien de gracia, pan de los ángeles, carne y sangre de Cristo, cuerpo real y verdadero de Dios y Hombre.

 ¿Qué le dejó esta furia y ejército de demonios que desear al infierno?  ¿Qué castigar al cielo? ¿Qué acusar a la naturaleza? Y, ¿qué llorar incansablemente? No vieron los holandeses, siendo herejes, estas acciones de vuestros soldados con ojos enjutos. ¿En qué, pues, gastaréis los vuestros?  ¿Cómo, siendo vos rey cristianísimo, permitiréis lo que los calvinistas y luteranos detestan y lo que Satanás no ha podido obrar con otras armas que con las de Xatillon?

 ¿Cómo, muy poderoso rey, ocasionaréis que digan que los herejes que en Francia desarmasteis para vuestra quietud y gloria, los armáis en Flandes para opresión de los católicos y para agravios de Jesucristo; que os armasteis inquisidor contra herejes, para armar herejes contra inquisidores?  ¿Qué mano os escribirá esta razón, cuyos dedos no os recuerden, oh rey, la que vió escribir el rey Baltasar?  Yo espero que vos castigaréis delito al que solo se proporcionan los eternos castigos.  Los ángeles cantaron «paz en la tierra» cuando nació Cristo, y cuando va a morir nos dejó su paz: «mi paz os dejo».  Dejad siquiera en paz los templos del que nos dejó la suya, ya que no nos dejéis en paz a nosotros.

 La caballería francesa, aclamada hasta hoy por noble y valiente, hoy queda condenada por sacrílega; comulgados los caballos, y descomulgados los caballeros. Escogió la divina permisión por más decente la brutalidad irracional de las bestias, que la asquerosa garganta y pecho inmundo con pecados enormes de aquellos herejes. Quién con sus manos se dio en el propio sacramento a Judas,  no extrañará que aquel Judas Xatillon le diese a los caballos. Temed por el desprecio suceda a aquel general lo que al Faraón; pues lo ha con el Señor de quien se dijo que anegó «al caballo y al caballero».  Previó Dios más obediencia en una jumenta que en el profeta Balaam, y por eso ordenó que se apareciese un ángel, no a Balaam, sino a la jumenta. No de otra manera, previniendo Dios mejor acogida en los caballos de los franceses que en ellos, se permitió llevar a sus bocas por sus manos.

 ¡Esto, señor, oís; esto veis, y veis lamentar a toda la Iglesia militante y conmovido del escándalo estremecerse todo el orbe de la tierra!  A Diómedes, porque de sus huéspedes hacía pienso para sus caballos, llamaron monstruo, ¿cuál nombre, Syre, cuál execración, cuál vituperio, hallará la verdad católica para exprimir la disolución horrenda de vuestros franceses, pues dieron a sus caballos, no su huésped, sino a su Creador y Redentor? Tertuliano dice estas animosas palabras: «Fue herida la paciencia de Cristo en la oreja de Malco». Considerad cuál herida recibió su paciencia en la acción infernal del condenado general vuestro Xatillon.

 Os recordaré a propósito la visión de los cuatro caballos escrita por S. Juan en el Apocalipsis. Era el primer caballo blanco, rojo el segundo,  negro el tercero y pálido el cuarto. Yo os llamo a mi aplicación, muy alto y poderoso rey, con las palabras del texto sagrado. Ved que estos cuatro caballos son el discurso de vuestro reinado.

 El primer caballo dice que fue blanco. Veis aquí, en el color blanco la pureza de vuestra infancia; y en decir que os dieron corona, la que os dio el pérfido traidor que dio muerte a vuestro padre, pues la recibisteis de la violencia antes que por sucesión natural. Salió otro caballo rojo, y al que sobre él se sentaba se le dio que quitase paz a la tierra, y que recíprocamente se matasen, y fuéle dada espada grande. Delante de vuestros ojos, si no encima de ellos, tenéis este color rojo. Vos, señor, desde que os dejáis llevar dél, (se refiere a Richelieu), habéis quitado la paz de la tierra. De esto convencen Italia, Alemania, España y Flandes.

  No podéis desentenderos «deste caballo rojo», ni os lo consentirán las señas que se siguen de matarse recíprocamente, lo que se ve en el despojo del estado de Lorena, y en la sangre de Montmorency. No podéis negar estos tumultos sangrientos y universales. Vos teníades en el caballo blanco un arco y hoy no tenéis en el rojo grande espada. Caed, señor, o apeáos deste caballo, que en caer de otro estuvo la salud de San Pablo y el ser «vaso de elección». Venid, y ved que tras este caballo rojo os aguardan el negro y el pálido ; y que si subís  en éste, os llamarán muerte : «Y será su nombre muerte», y que el séquito que promete el texto sagrado a éste, que se llamará muerte, es el infierno : «et infernus sequebatur eum», y el infierno le seguía.

 Hoy el rey mi señor, provocado de vuestras armas, os buscará, pues así lo queréis, no con nombre de enemigo. Su apellido será católico vengador de las injurias de Dios, de los agravios hechos a Cristo en el Santísimo Sacramento, y en sus imágenes, y en sus esposas y ministros, los cuales blasones constituyen a vuestro Xatillon reo de innumerables crímenes de lesa majestad divina y de la sangre y carne del Dios y Hombre. Si os arrebata la ambición de reinos y señoríos, Syre, sea Xatillon vuestro enemigo, pero no de Jesucristo. Militen incrédulos contra los españoles vuestros franceses, no contra los templos, y las doncellas, y las vírgenes religiosas, que provocados a la batalla, nuestra defensa procurará acompañar con ella el recuerdo del bosque de Pavía. No quiero alegaros capitulaciones firmadas con toda solemnidad, porque a quien pareció decente el romperlas, será más fácil negarlas.

 Syre, si llamáis tener paz con nosotros hacernos en Flandes una guerra desmentida, y en Alemania pública, y en Italia con un amparo más rebozado, ¿por qué llamáis guerra a nuestra justa defensa? Ocasionarla y no quererla, ni es justicia ni es valor. Nos hemos desentendido durante diez años de vuestros designios, más por obligaros que por temerlos.  Quién  obliga a otro a que se prevenga, debe procurar contrastar su defensa, no acusarla. Por esto el rey mi señor, de sus enemigos no espera la alabanza, sino la victoria.

 Considere vuestra majestad que todo cuanto permitís que se debele a los católicos, se atribuye a satisfacción que dais a los herejes de lo que hicisteis con ellos debelándolos. Consultad con el sagrado bautismo que recibisteis este recuerdo mío; y podrá ser que siendo vos tan poderoso rey, os halléis deudor a la miseria del más despreciado español, que soy yo, hombre de ninguna doctrina y destituido de todo bien, en quien sólo asiste, por la piedad de Dios, celo católico que de las entrañas de Jesucristo, todas ardientes en caridad por su ley sacrosanta, se ha derivado a mi corazón.

 De Roma arrojó a los galos con sus graznidos, un ganso; mejor aparato será para apartarlos de Italia, Lorena, Flandes y Alemania, águilas imperiales y leones de Castilla. 

 

*******

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s