«Lo que vosotros debéis celebrar no es el Edicto de Milán, sino el edicto de enseñanza dado por el sobrino de Constantino, Juliano el Apóstata. En ese edicto de enseñanza, Juliano el Apóstata, anticipándose al laicismo moderno, quiso fundar allí una especie de Institución Libre de Enseñanza.
Prohibía a los católicos la enseñanza y hasta el estudio de las humanidades, y quería hacer una enseñanza oficial obligatoria y pagana, contraria completamente a las creencias religiosas y católicas.
¡Y caso singular! En París, vuestros correligionarios trataban de levantar una estatua, no a Constantino ciertamente, sino a Juliano el Apóstata, cerca del Museo de Cluny, buscando como pretexto el haber sido gobernador en aquella región de la Galia. Renan, con una intención manifiesta, pero con bastante retraso, aconsejaba a Marco Aurelio que siguiera el ejemplo de Juliano el Apóstata acerca de la libertad de enseñanza.
Son muy curiosas las palabras de Renan, y voy a leéroslas, porque parecen un prólogo de ciertas cosas que están sucediendo ahora : «Si Marco Aurelio, en vez de emplear los leones y la silla que abrasa, hubiese empleado la escuela primaria y una enseñanza racionalista en el Estado, habría prevenido mejor la seducción del mundo por el sobrenatural cristiano…».
En el siglo IV, Juliano lo comprendió, ¡pero era demasiado tarde!… El terreno no había sido preparado por un buen ministro de Instrucción Pública.
(Separación de escuelas según la separación de creencias):
El Estado católico en España es una mentira; no existe. Si el Estado fuera católico, la enseñanza lo sería también, y lo sería todo lo que se refiriese al Estado oficial; y cada día encontramos una negación, invocando para ello el principio de la libertad de conciencia.
Un Estado interconfesional y neutro que no afirme ninguna religión positiva, se declara a sí mismo incompetente para intervenir en la enseñanza en todas las cuestiones doctrinales, porque no sabe nada acerca de las cuestiones religiosas, morales y fundamentales. Ese Estado no sabe nada, y si sabe algo, es por medio de un juicio cuyo resultado es afirmar que todas las creencias son iguales para él, es decir, que todas son opiniones dudosas, o que todas las considera como falsas, lo cual es imponer a la sociedad su negación.
¿Cuál es entonces la consecuencia inmediata de un Estado neutro? La completa libertad de enseñanza. La enseñanza no le corresponde al Estado. Al Estado le corresponde, como en todos los órdenes de la vida, como el comercio, la agricultura, la industria, una cierta inspección y vigilancia, y además la cooperación en esos órdenes; pero de ningún modo la enseñanza misma, que es función social y no política.
El Estado no es metafísico, ni astrónomo, ni matemático, ni naturalista; el Estado no puede ser pedagogo, porque ignora todas esas cosas; y en materia de religión, de derecho y de moral, él mismo empieza por extenderse patente de incompetencia.
¿Cuál será entonces, Sr. Ministro de Instrucción Pública, la consecuencia de un Estado sin creencias frente a una sociedad en su mayor parte creyente? ¿Creéis que os voy a pedir, como consecuencia de la cultura y de la Historia de España, la imposición de la enseñanza religiosa para los creyentes y para los no creyentes? No.
La consecuencia que se deriva del Estado neutro enfrente de una sociedad dividida en creencias, y lo que yo pido y demando, es la separación de escuelas, según la separación de las creencias.
Escuelas católicas, para los católicos; disidentes, para los disidentes; escuelas laicas, para los ateos y librepensadores. ¿Es esto tiránico? ¿Es esto clerical? ¿Qué decís vosotros a esto? ¿Es un dogma clerical y tiránico la separación de escuelas según las doctrinas? ¿Os huele esto a teocracia?
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SOBRE LA EDUCACIÓN
(De una Sesión en el Congreso de los Diputados del día 6 de Junio de 1913)
JUAN VÁZQUEZ DE MELLA