CARTA A UN AMIGO POR LA PÉRDIDA DE SU HIJO

CARTA A UN AMIGO POR LA PÉRDIDA DE SU HIJO

Muy amado hermano en Jesucristo:

Sea nuestro Señor bendito por todo lo que hace y ha hecho, pues además de haber cumplido su santa voluntad, lo cual debe ser al cristiano grande alegría, ha hecho muy gran merced a nuestro hermano e hijo vuestro en alzarle el destierro que en este mundo padecía, y llevarle a su propia tierra, que es la vista del mismo Dios.

No conviene que los que le amábamos estemos en esto penados, pues el amor verdadero, bienes verdaderos ha de desear a quién ama, y gozarse cuando le vienen; y estos tales no los hay en el mundo, aunque  todos juntos a uno se den.  Gocémonos, pues, en el Señor, que multiplicó su misericordia con su amado, y por medio de quitarle una vida transitoria y que no tiene más vida que el nombre, lo llevó a la que de verdad lo es, y eternamente.

¿Qué pudiérades vos, hermano, con ser padre, desearle ni buscarle que tan bien le estuviera como lo que el Padre celestial ha hecho con él?  Hale sacado de la peligrosa guerra de este mundo, y llevándole a la tierra de paz, donde goce de las victorias que aquí ganó contra los pecados, que son los enemigos de Dios.

Y pues quién tiene corazón del mundo se suele gozar cuando su hijo es prosperado en los bienes del mundo, el padre cristiano ha de tener corazón de Cristo, que es el celestial, gócese con más razón con haber venido a su hijo un reino, que, aunque acá no se vea, no por eso deja de ser verdadero, antes por eso más cierto y verdadero, porque no es visible a estos ojos.

No penséis que se os ha muerto, pues no es muerto quién con Dios vive. No lo lloréis, pues el goza de la fuente perpetúa de la alegría.

Y si a vos os hace falta su ausencia, acordaos que los padres, por el bien de los hijos, suelen enviarlos a otras tierras, y con saber que están buenos, sufren la pena que la ausencia suele dar.

  Dad al Señor gracias que quiso tomar por siervo e hijo al que de vos salió y lo quiso hacer ciudadano  del cielo, y que vea su faz, a cosa tan vuestra. Alegraos, no estaréis ya congojoso (pensando) qué será de mi hijo, qué le acaecerá, si ha de ofender a Dios, si ha de llevar hasta el fin el bien comenzado; pues ya han visto vuestros ojos que ha acabado su vida en servicio de nuestro Señor, y le fue «fiel hasta la muerte, y por eso le ha dado corona de vida», según su promesa.

Bien acabado está este negocio; entended ahora cómo se acabe bien el que os queda, que es el vuestro, procurando de imitar en la vida al que era  menor en edad. Si deseáis verlo, trabajad por ir al cielo, que allá lo hallaréis,  y sin ningún deseo de tornar acá.

Y pues los mozos tan presto se mueren, no tardarán en ir los viejos; y por eso es bien darnos prisa a servir a Dios, como de quien muy presto ha de ir a verlo. El Señor quiso que vuestro hijo fuese delante para que vuestro corazón no tuviese acá que amar, pues no tenía sino a él.

 Y allá se fue vuestro pensamiento donde va vuestro amor, para que, muriendo a este mundo, viváis a las cosas del servicio de Dios; y vuestro hijo, muriendo, será gran ayuda para ello, como lo era viviendo; lo uno llevándoos el corazón consigo, y lo otro rogando al Señor por vos.

Y pues tales favores tenéis, esforzaos en ello, para que allá os gocéis con  él en el Señor, y del Señor en sí mismo, viendo su faz, adorando su Majestad y poseyéndole eternamente para su gloria y vuestro descanso.

Y entretanto será bien hacer algunas buenas obras por el difunto, porque si alguna cosa lo detiene en el purgatorio, el Señor lo suelte.

Sea Cristo consuelo de vuestra merced.

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