JUAN DE ÁVILA
EPISTOLARIO
«A UNA VIUDA»
La gracia y consolación del Espíritu Santo sea siempre con vuestra merced.
Muchas gracias sean dadas a Jesucristo por todo lo que ha hecho e hiciere, pues que «es justo en todos sus caminos y santo en todas sus obras», (Sal 144, 17). No plega a su misericordia que otra cosa diga nuestra boca ni sienta nuestro corazón, sino confesar que es bien hecho todo lo que hace, aunque, según el parecer de los que poco saben, otra cosa parezca; del número de los cuales deseo que vuestra merced no sea, y confío en la misericordia de Dios que no será, mas que le dará gracia para que, por muchas tempestades que combatan su alma, de las presentes y de las que por venir se le representan, y la traerán turbada a una parte y a otra, no quite sus ojos de Dios y de su santa voluntad, que es el norte al cual hemos de mirar en la noche y mar de aqueste mundo, para aportar al puerto de la salud que no tiene fin.
¡Oh señora!, y si mirásemos las cosas como cristianos, que por ser discípulos de Cristo habemos de conocer la verdad, y no como hombres sin luz, que lloran de lo que han de gozar y ríen de lo que han de llorar, ¡cuán claramente veríamos que Dios hace merced, y mucha, al que saca de este destierro, y con lo que decimos «muerte» da fin a nuestros trabajos y a sus ofensas! ¡Oh vida tan falsamente dicha «vida», pues que tantos trabajos y muertes engendras de cuerpo y de ánima! ¿Y qué diré de tu engaño? Que si quien vive tiene trabajos, la misma vida le es muerte y le es ocasión de impaciencia y de otros pecados; y si siente prosperidades, hácese vano y olvidadizo del Dador de la vida; y ésta es muerte, aunque «tenga nombre de vivo» (Ap 3, 1).
Pues, ¿por qué había de ser amada una cosa que, cuanto más próspera viene, tanto más debe ser temida? Bienaventurado aquel que ha escapado de tus lazos, que tienes armados en todos los momentos y negocios, no para llevarnos oro o plata, sino para cazar nuestras ánimas, más valerosas que oro ni plata; y son tales y tan sutiles, que ninguno pasa por ti sin ser enlodado, y tanto, que contar diez años de vida no es sino contar diez años de caídas y engaños y trabajos en que hemos vivido. Pues, ¿qué remedio hay para no caer en tus lazos? Por cierto, Dios lo da cuando nos saca de tu jurisdicción, tan trabajosa y cruel, y nos pone adonde no sintamos tus combates ni alteraciones, sino libres de tu yugo, hagamos gracias al que quebrantó nuestras cadenas y nos dio libertad.
No llore, pues, vuestra merced solo «la muerte»; llore «la vida», y dé gracias a Dios que la ha ya medio librado de aqueste cieno y la librará del todo cuando Él sea servido. Digo «medio librado», porque el marido y la mujer una cosa es, y lo medio de vuestra merced, que está fuera de aqueste mundo, está bien y en libertad. Y lo medio que es vuestra merced, está acá en cautiverio y miseria. Y si bien siente cuán miserable cosa es vivir aquí, suplicará de corazón a nuestro Señor que lleve presto la parte de acá con la de allá, donde juntas y enteras den gracias a Dios por haberlas librado de muerte y puéstolas en el abismo de la vida, que es Dios.
No esto por impaciencia, o por desesperación, sino por deseo de no dar más enojos al que es todo luz y hermosura. ¡Oh luz que alegras a los que te ven, y así alegras, que ningún rincón dejas en ellos sin alegría! ¿Y cuándo gozaremos de tu hermosura? Que no otra sea nuestra comida, ni habla, ni riquezas, ni deleite, ni vida, sino verte a ti y gozar de ti, vida, manjar, tesoro, gozo y todo nuestro bien. ¿Qué nos detiene de ver esta deleitable visión? ¡Oh si pluguiese a ti que, por amor de ti, se nos tornasen amargos todos los placeres presentes y nos fuesen dulces los trabajos de acá, porque son camino muy cierto para ti, pues tú fuiste aquí tan abundante en trabajos y así entraste en tu gloria!
Señora, abramos los ojos y no queramos engañar a sabiendas a nosotros mismos, pues la verdad de Dios nos desengaña, que nos dice que «por tribulaciones» hemos de ir al descanso. Y no seamos como siervos mal criados que, cuando no se hace como ellos quieren, murmuran de su señor; sino fiemos del amor con que Dios nos ama, y diga la carne flaca lo que dijere, que la verdad es ésta: que lo que Dios ha hecho en llevar al señor comendador, que sea en gloria, ha sido muy bien hecho para él y para vuestra merced. Para él, que, pues vivió y murió como cristiano, de creer es que Dios le dará galardón como a buen cristiano ; y si no le da luego el galardón de cristiano perfecto, que es ver a Dios, a lo menos tendrá galardón de cristiano pecador y arrepentido, que es purgatorio, donde hay certidumbre de ver a Dios.
Y verdaderamente creo que, si oyésemos su ánima, nos diría: “¿Por qué me lloráis, pues yo estoy contento con lo que Dios ha hecho de mí? ¿Qué tenéis bueno en esa vida en la cual me queríades? ¿Hay otra cosa a que me podáis convidar sino a dolores, enfermedades, miserias de cuerpo y de ánima? Baste lo pasado, y sea bendito el que de ello me sacó; no me lloréis a mi, sino temed vuestra vida, y hacella tal que presto merezcáis ser sacados de ella y gozar de la de acá».
Estas cosas, señora, aunque otros no las creyesen, es razón que vuestra merced las crea, pues fue testigo de su largo purgatorio que en su enfermedad tuvo y con tanta paciencia, que no sólo yo, más cuantos le veían daban gracias a nuestro Señor. «Y pues Dios no castiga una cosa dos veces», razón es que esperemos que Dios será Padre de consolación en el otro mundo a quién en éste fue padre castigador.
Mas ya veo que vuestra merced dice que no duda en esto, sino que la pena que tiene es porque queda ella acá entre tantos trabajos. A lo cual digo que el mayor consuelo de quien ama es saber que le va bien a quien ama, aunque a él venga trabajo; y pues así es, vuestra merced debe tener esto por grande ganancia, pues fue para provecho de quien amaba. Y si bien quiere mirar, hallará que, aunque la dejó el Señor entre muchos trabajos, todo es para su provecho, pues a quien más trabajare, más galardonará.
No está nuestro arrimo en carne ni sangre, que ya vive, ya muere, sino en Dios vivo, librador de los que en Él tienen esperanza, aunque todos los demás le falten. Y si los fingidos amigos nos faltaren en las necesidades, no desmayemos, sino creamos que, en lugar de todos y por todos, basta y sobra éste tan fiel, que, mientras tuviéremos esperanza y amor en Él, no nos dejará. Y aunque otra ganancia no saque de las tribulaciones, sino ir más veces a Dios que íbamos antes, no es pequeña merced, pues de la comunicación con Dios tanto bien nos viene.
Éstas sean las armas de vuestra merced en todas las batallas que le vendrán; éste es el consejero de todas sus dudas; éste su consuelo en todas sus angustias; éste su provisor en todas sus necesidades; su amigo, pariente, padre, marido y todo su bien. Y tenga una cosa por cierta, que no para otro fin le quita delante estas cosas, sino para que tome a Él en lugar de ellas; y tanto mejor le irá a vuestra merced con Él que con ellas. Vaya solamente a Él y con esperanza de su misericordia, que antes faltará agua en la mar, y luz en el sol, que misericordia en Él para el corazón quebrantado y humillado.
Hágase dura para los trabajos, pues el delicado Hijo de Dios tantos trabajos tomó por nosotros; y cuanto mejor rostro les hiciere, más ligeros le serán de sufrir; y cuando mucho fatigaren, váyase a Cristo, y piense en la agonía que tuvo en el Huerto y en la palabra que dijo al Padre: «No mi voluntad, sino la tuya sea hecha»; y esta misma diga vuestra merced con el corazón y la boca lo mejor que pudiere.
Y si considerare que esos trabajos no se los dio otro sino la bendita mano de Dios, creo que no le serán graves de sufrir, mas le dirá: «Señor, pues tú me los envías, yo los recibo, que no es razón que sea tan mal criada, que torne yo la cara a cosa por ti enviada». Poco es el trabajo que nos envía en comparación del galardón que a quien lo sufriere dará ; y pues a los más trabajados más descanso se dará, merced hace mientras más envía, no mala obra.
Seamos varoniles en el sufrir, seamos hijos verdaderos en el obedecer, que Dios será abundante en el galardonar, y hará verdaderas las promesas que en su nombre promete a los que sufren tribulaciones con paciencia. Aquel Señor que es Padre de consolación, y sabe, y puede, y quiere confortar y consolar los corazones de los que a Él se encomiendan, dé a vuestra merced su favor y consuelo, pues que la Escritura dice: «Que Dios hiere y sus manos dan salud; y el que da la llaga, da la medicina» (Os 6 2). A Él se den gracias y alabanzas siempre y en todas las cosas, y en todos los lugares del cielo y de la tierra. Amén.
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